Capítulo 10

—No entiendo —dijo Lesley, atontada—. Tu padre…

—Quiere que vuele a Batar esta noche. Demonios, quiso que fuera allá hace tres semanas, en cuanto salí del hospital. Es lo que él hubiera hecho, lo que esperaba que yo hiciera —Matt se detuvo y la miró de frente—. Pero no iré.

—Quieres decir…

—No exactamente. Lo consideré —suspiró y negó con la cabeza—. Pensé que lo haría, pero al final, desistí.

—Pero…

—Por eso salimos así.

De repente ella comenzó a reír. Podía escuchar en su cabeza una y otra vez los ecos de las palabras "no hay lugar en la Tierra donde quisiera estar que no sea, aquí, contigo". Volvió a reír, sin control. Se sentía como si hubiera escalado el Everest sin oxígeno y no pudiera encontrar una bocanada de aire puro.

—Lo dices en serio, ¿verdad? —le preguntó cuando por fin pudo hablar.

—Claro.

La desvistió frenético y ella comenzó a hacer lo mismo. Los dedos volaron, los cierres se abrieron y los botones se desabrocharon. Camisetas y pantalones cayeron al suelo. Ambos iniciaron una carrera en su necesidad desesperada de reafirmar su pertenencia mutua.

El pozo de desesperación de Lesley, ahora lleno de alegría, la hizo correr hacia él sonriendo y sollozando. Matt la igualó en ansia y, esperaba ella, en la confirmación de su amor. Por fin, cansado, Matt la hizo girar y le pasó los brazos por la espalda.

—¿De verdad estabas preocupada? —le preguntó con suavidad antes de mordisquearle la barbilla y el labio inferior.

—Sí —asintió Lesley.

—Realmente debo de haberme portado muy mal contigo —dijo con tristeza.

—Lo siento —murmuró la joven.

—Yo soy el que lo siente. Creo que deberíamos salir el fin de semana para que intente mejorar la opinión que tienes de mí. ¿Tú qué opinas?

Lesley se pasó la lengua por el labio superior, pensativa. Hubo otros fines de semana, lo recordaba bien; nunca había terminado alguno sin que Matt recibiera una llamada. Él sólo pensarlo la atemorizaba.

Tal vez él estaba en lo correcto. Si salían y lograban terminar el fin de semana, tal vez entonces ella pudiese confiar por completo y ahuyentar para siempre sus dudas y recelos.

—Está bien.

—¿Este fin de semana?

—Sí… ¡Espera! No, no puedo. Tengo que ir a Boston.

—También yo puedo ir.

—Pero…

—¿Por qué no? —sonrió—. Quiero ir, y así sólo abusaremos de la generosidad de Harry una vez.

—Tengo que presentarme en los talleres, dar una charla…

—No hay problema. Encontraré qué hacer. ¿Qué dices?

—Que me gustaría —respondió Lesley.

Boston era Boston: histórico, concurrido, emocionante y a Lesley nunca le había gustado más.

Claro que no se trataba de la ciudad, aunque era encantadora en todos sentidos, sino del hecho de tener a Matt a su lado. Desde luego no podría pasar todo el fin de semana con él, porque la conferencia le tomaría gran parte del tiempo, pero tendrían momentos para los dos. Matt se lo había prometido. Cuando se atrevió a sugerir que podría visitar las oficinas de Worldview en Boston, él se negó, categórico.

Lesley no dijo más. Desvió su atención liada otras cosas, como lo divertido que era caminar tomados de la mano, deteniéndose a ver los escaparates o a tomar el té en el Ritz.

—No puedo creer que estemos haciendo esto —dijo mientras se llevaba a la boca un panecillo con mantequilla. Contemplaba todo el lugar, memorizando cada detalle.

—Pudimos hospedarnos aquí. No me di cuenta de que te gustaba tanto —Matt le sonrió.

—No es el Ritz lo que me gusta —sonrió Lesley—. Además tengo que estar donde se celebra la convención, que empieza esta noche.

—Entonces será en otra ocasión —le prometió.

Su fe en él había crecido a tal grado que no rechazó sus palabras. Le sonrió, confiada.

Antes de ir a la apertura de la convención aquella tarde, fueron a cenar a un restaurante de mariscos en el nivel más bajo de otro de los mejores hoteles de Boston.

Lesley tomó una ensalada de calamares que Matt comentó parecía una combinación de los juguetes de goma de Teddy, y lechuga. Él sólo ordenó pescado hervido con puré de patatas. Lesley lo embromó acerca de su falta de sentido de la aventura y él sonrió.

—Lo estoy reservando para cosas más importantes —le aseguró.

Esa noche le demostró a qué se refería. Después, entre sus brazos, escuchando el murmullo del tránsito callejero y el zumbido del aire acondicionado, se maravillaba de estar allí con su esposo.

—¿Has hablado con tu padre? —le colocó una mano en el pecho para luego acomodarse mejor en el hueco del hombro.

No había hablado sobre los padres de Matt desde el día que se fueron de la casa. Él se dedicó a trabajar en la oficina del periódico de Harry toda la semana, y cuando estaba en casa por las tardes, siempre había otras personas cerca y otras cosas que decir. Llegó a pensar que eso era lo que él deseaba, cuando menos por el momento. Así que no lo presionó. Pero ahora estaban solos.

—Sí —Matt la estrechó más.

—¿Y se lo dijiste?

—Sí.

—¿Se molestó?

—Podría decirse que si —sonrió Matt ligeramente—. Me dijo hasta de lo que me iba a morir. Le aseguré que tenía responsabilidades y obligaciones aquí. ¡Contigo, con los niños y con Harry!

—Supongo que no lo convenciste.

—Apenas, no es su estilo.

—No, me di cuenta cuando estuve allí. Él ve las cosas en grande. Como una historia épica con un reparto gigantesco, nunca una obra de dos personajes. No es malo eso.

—Puede ser —replicó Matt—. Pero también puede ser una salida, una vía de escape que te vuelve ciego a lo que es de verdad importante. Sólo que él lo llama heroísmo —su risa fue amarga.

Recordando lo sensible que era en torno a aquella palabra, Lesley guardó silencio. Aún había cosas que no sabía de ese hombre, secretos que no había compartido, profundidades inexploradas. Pero su confianza en él y su comprensión crecían día con día. No era el mismo que la había abandonado dos años y medio atrás.

Lesley levantó la cabeza y lo besó en los labios, luego se acomodó entre sus brazos y se durmió, convencida por fin de que su futuro estaba asegurado.

Se levantó a las siete de la mañana para darse una ducha y peinarse antes de salir a la conferencia. Matt murmuró una protesta cuando sintió que se deslizaba lejos de sus brazos, pero ella lo acalló gentilmente.

—Tengo que irme, pero tú no —le susurró—. Quédate en la cama, descansa y disfrútalo.

—No puedo, sin ti —murmuró alargando la mano para buscarla, con los ojos aún cerrados. Lesley rió suavemente dirigiéndose al baño antes que la asaltara la tentación de regresar junto a él.

Una vez en la planta baja, en el área de trabajo, las exigencias de la convención se impusieron. Era informativa, excitante y agotadora. Lesley se vio envuelta en todo, yendo de taller en taller tomando notas, haciendo anotaciones marginales en varios folletos, y obteniendo más y mejores ideas acerca de cómo ayudar a los niños de su pequeña escuela en Mame.

Se sorprendió cuando Matt la alcanzó a mitad de la mañana y la besó enfrente de cincuenta de sus colegas, haciéndola ruborizar y provocando la envidia de las presentes.

—No te preocupes —le dijo Matt—. No me quedaré para distraerte, aunque quisiera hacerlo. Regresaré para escuchar tu plática. ¿A qué hora es?

—Es la última del día, a las cuatro. Pero no tienes que venir —añadió con rapidez—. No es necesario.

—Eres mi esposa y pretendo estar allí.

Mary Potter le había dado el tema que lo englobaba todo: "Las responsabilidades hacia los niños", y el consejo de que "hiciera a la gente pensar".

Otras personas habían hablado acerca de los consejos familiares, las enfermedades contagiosas, el mal trato a los niños, la educación sexual, etcétera. Para terminar el día, dijo Mary, no necesitaba más que tratar de despertar su conciencia.

Hizo lo mejor que pudo. Pero enfrentar a una multitud de casi seiscientas educadoras y enfermeras especializadas en pediatría, era apabullante. El saber que Matthew estaba allí, en alguna parte, dificultaba las cosas. Sin embargo, una vez que comenzó y se adentró en el tema, no fue difícil.

Hablaba en una habitación llena de gente, sí, pero trataba algo que le llegaba al corazón. Y en realidad no importaba cuántas personas la escuchaban, ella sólo le hablaba a Matt.

Hizo un resumen de lo que los anteriores conferencistas habían dicho. Lo aplicó hablando en términos específicos, mencionando nombres y situaciones específicos y expresando lo mejor que pudo su punto de vista.

Por fin, resumió:

—La gente, y en este caso estoy hablando de los niños, es lo que importa. Los hombres y las mujeres, los niños y las niñas. Son ellos a los que debemos cuidar.

Tienen nombre, edad, hogar, familia y pasado. Si nos preocupamos lo suficiente, también tendrán futuro. No debemos amenazar ese futuro ni tomar las vidas de otros a la ligera, usarlas con indiferencia o desperdiciarlas sin necesidad. Cada persona que conocemos, cada persona cuya vida toca la nuestra, es importante. Eso es lo que vine hoy a recordarles. Tal vez no seamos capaces de salvar al mundo o de entenderlo.

Hizo una pausa. Había localizado a Matt y no podía dejar de mirarlo. Él la contemplaba con fijeza y la mandíbula tensa. Y ella sonreía, sólo para él.

—Sin embargo, podemos lograr una diferencia. Lo más importante es ser capaces de mirar atrás y saber que hicimos lo que pudimos, para poder vivir sin lamentaciones.

Lesley fue todo un éxito. Mary Potter así lo supuso. El presidente de la escuela regional de la Asociación de Enfermeras en Pediatría, también lo pensó La detuvieron para estrecharle la mano y felicitarla. Lesley esperaba que Matt estuviera de acuerdo.

Lo buscaba con la mirada constantemente, aun mientras estrechaba manos y daba agradecimientos. Estiró el cuello tratando de encontrarlo por encima de las cabezas de la multitud. Pero no fue sino hasta que el salón se vació considerablemente, que pudo detectarlo, apoyado contra la pared.

Le sonrió, sintiéndose rara de repente. Él la miraba tranquilo, pero cuando ella comenzó a acercársele, él se enderezó, y al llegar a su lado la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza.

—¿Cómo estuve? —no pudo evitar preguntar.

—Será difícil estar a la altura —la miró y le sonrió con tristeza.

—¿Qué? —lo miró, curiosa.

—No importa —negó con la cabeza, aún sonriendo—. Estuviste magnífica.

Mary Potter nos invitó a cenar con ella. ¿Aceptamos o no?

—Preferiría que estuviéramos solos —en cualquier otra ocasión hubiera aceptado de buen grado, pero no esa noche.

—Yo también.

Si su primera tarde en Boston había sido maravillosa, ésta fue encantadora.

Caminaron por los jardines públicos, pasearon en bote y luego se dirigieron hacia el área de Beacon Hill, escogiendo un pequeño restaurante italiano para cenar.

Al regresar al hotel, pasaron por donde se celebraba una boda, con una radiante novia y un gallardo novio, con familiares y amigos, testigos del inicio de un compromiso de por vida.

Lesley no pudo evitarlo. Comenzó a llorar.

—Pensé que habías decidido que el matrimonio no era tan malo —le dijo Matt pasándole un pañuelo por las mejillas, y sonriéndole con ternura.

—No es malo —sollozó Lesley—. Es bueno. Es hermoso en realidad. La boda sólo me hizo recordar, me hizo más consciente de mi promesa. Estoy feliz de que todo haya funcionado bien.

—¿Ah sí? —le preguntó mirándola muy serio.

—Oh sí —entrelazó los dedos con los de él y lo miró con el corazón en los ojos

—. Ya no tengo dudas.

De verdad fue la segunda luna de miel que Lesley nunca sospechó que tendría.

Nadie de la conferencia los interrumpió y pasaron mucho tiempo juntos. Harry no telefoneó por algún contratiempo referente a los niños. Y nadie llamó a Matt para que volara a Biafra o a Bangladesh.

Sin embargo, no habría sido humana si no hubiera sentido una momentánea inquietud cuando al llegar el domingo por la tarde a casa, encontró a una mujer rubia esperando en el porche y hablando con el tío Harry y los niños. La mujer saludó a Matt, quien en ese momento detenía el auto.

Era Becca Walsh.

Lesley se puso rígida. Luego, se dijo que no tenía que preocuparse. Después del fin de semana que acababan de pasar juntos, ninguna historia sobre la Tierra iba a interponerse entre Matthew y ella.

Miró a Matt para saber su reacción y se sintió más confiada. Ignoró a Becca.

Salió del auto y saludó a los niños, que habían corrido a recibirlo. Alborotó el cabello a Teddy y abrazó a un chico con cada brazo.

Sólo cuando llegó al porche y ya no había manera de evitarla sin parecer grosero, saludó a Becca.

—¿A qué debemos el privilegio? —le preguntó con tono de indiferencia—.

Estás muy lejos de tu casa.

—No habría venido si no fuese necesario —dijo de inmediato.

Por la taza de café que tenía en la mano, Lesley supo que ya llevaba algún tiempo allí. Se preguntó cuánto, pero Becca se lo dijo casi en seguida.

—Llamé tan pronto como supe la noticia. Él… —señaló a Harry—, dijo que estabas fuera y que no regresarías hasta hoy en la tarde. Llegué poco después de la hora de la comida —se quejó—. Pensé que regresarías antes.

—Estábamos en Boston —contestó Matt con tranquilidad. Revisó las cartas que estaban sobre la mesa apenas haciendo caso a Becca.

—¿Boston? —Becca prácticamente brincó—. Conduje desde allá —lanzó una mirada acusadora a Harry—. ¿Por qué no me lo dijo?

—Hay cosas que pueden esperar —respondió el tío, sonriendo.

—Esto no —replicó Becca.

—¿Qué hay de nuevo? —preguntó Matt a Teddy, ignorándola deliberadamente.

—Terminé mi nuevo cohete. ¿Quieres verlo?

—Seguro.

—Matt, necesito hablarte —le dijo Becca dejando la taza de café en el porche—.

Ahora.

Matt miró a Lesley con expresión cansada. Ella le dirigió una sonrisa de confianza.

—Vamos. Teddy —dijo Lesley con seguridad—. Puedes mostrarme el cohete —

sonrió a Becca—. Tómense su tiempo.

Salió con su hijo, escuchando las explicaciones acerca de todos los detalles del cohete.

—Podemos volarlo esta noche —le dijo Teddy—. Tan pronto como se vaya esa señora. ¿Crees que ya se haya ido? —preguntó con esperanza.

Apenas había pronunciado aquellas palabras, cuando Lesley escuchó el motor de un automóvil. Se asomó por la ventana y vio el Mercedes azul de Becca avanzar por el camino. Cuántas veces había visto aquella cabeza rubia alejarse con la cabellera oscura de Matt a su lado… Demasiadas, eso era verdad. Pero nadie iba con Becca esta vez.

—Se ha ido —dijo Lesley, y no pudo contener una sonrisa.

—¡Magnífico! Iré a buscarlo —Teddy se dirigió a la puerta.

—Después de la cena —Lesley lo siguió a la casa.

—Pero…

—Después de la cena —repitió con firmeza—. Contaremos con más tiempo.

—Entonces tendré todo listo.

—Sí —Lesley le sonrió. Ella buscaría a Matt, lo tomaría entre sus brazos y le diría lo feliz que estaba de ser su esposa.

—Tuvieron un buen fin de semana, ¿no es así? —preguntó el tío Harry.

—Maravilloso. Gracias por cuidar a los niños.

—Cuando quieras, lo haré. Se portaron muy bien. Sin embargo, la hubiera pasado mejor sin esa mujer.

—¿Becca? —Lesley sonrió benevolente—. ¿Te molestó?

—Sólo como te molestaría un tigre dando vueltas en tu sala. Parecía que iba a hacerle un hoyo al tapete. Por eso la saqué al porche.

Lesley sonrió. Esa era Becca. La paciencia nunca había sido una de sus virtudes.

Y además no había obtenido buen resultado de su larga espera.

Bueno, ya entendería cómo eran ahora las cosas. Tal vez no regresara. Lesley le dio un beso a la calva del tío Harry.

—Tendré la cena lista en unos minutos. Primero quiero encontrar a Matt.

—Está arriba —informó Harry.

—Gracias —Lesley subió sonriendo.

Habían dormido muy poco durante el fin de semana, y sabía que Matt querría descansar porque era probable que tampoco durmieran mucho esa noche. Esperaba encontrarlo boca abajo en la cama, durmiendo.

Sin embargo, estaba despierto y de pie, con una expresión extraña y su bolsa de viaje abierta, en la cama.

Lesley lo miró incrédula, deseando no tener la evidencia frente a sus ojos.

—Me voy, tengo que hacerlo —sus puños se cerraron y la miró, suplicante.

—Pero…

—¿Recuerdas cuando atraparon a los dos hombres responsables, a los que me secuestraron?

—Sí.

—Atraparon a los otros dos.

—¿Y?

—Y… Tengo que ir.

—¿Por qué? No fuiste cuando atraparon a los primeros.

—El juicio se inicia y debo presentarme.

—¿Para cubrir la historia para el periódico?

—Dije que lo haría.

Lesley lo miró sorprendida, sin poder creerlo.

De repente, él se dirigió al armario para quitar camisas de los ganchos y arrojarlas a su bolsa de viaje. Luego se volvió para mirarla otra vez.

—No te estoy abandonando. Les. No me iré mucho tiempo, te lo aseguro. No tardaré demasiado. No quisiera ir, pero…

No explicó por qué lo hacía. No había modo de explicarlo.

¿Qué pasaba? Hacía unas horas habían sido dichosos en brazos uno del otro, con su futuro asegurado.

Luego apareció Becca y el mundo se puso de cabeza. ¿Qué método de persuasión había utilizado?

Vio a Matt cerrar la maleta. Pasaron por su mente las imágenes de las noches en Boston, los días junto al mar, los detalles de su reconciliación, y supo que Becca o no Becca, juicio o no juicio, no iba a dejarlo ir.

Se dirigió al armario y sacó la vieja maleta que la había acompañado a Colombia. La puso en la cama y la abrió. Luego fue a la cómoda y comenzó a llenar la maleta.

—¿Qué haces?

—Guardo mis cosas —le dijo metiendo la ropa interior—. Yo también voy.

—¡Claro que no!

—Quiero hacerlo —sus miradas se cruzaron, y ella se sorprendió por la fiereza y palidez que lo invadió de repente. ¿En dónde demonios estaba su entusiasmo? ¿Era éste el hombre que había dicho no hace mucho que no quería separarse nunca de ella?

—Es una locura.

—Eres mi esposo, y debo estar contigo —repitió las palabras de él cuando le explicó que pensaba oír su conferencia. Vio que lo recordó. Matt apretó los labios y un nervio le saltó en la mejilla.

—Vamos, Les, sé razonable.

—¿Qué hay de poco razonable en ir contigo?

—Es peligroso.

—Me arriesgaré.

—Quiero que te quedes aquí, segura. No deseo que mi esposa sea tomada prisionera y…

—Nadie me va a secuestrar. Imagino que habrá personal de seguridad en el juicio. Y si estoy contigo, no puedo pensar en un sitio más seguro.

—No —sacaba las cosas de la maleta tan pronto como ella las metía—. Esto es una locura. Tú tienes que permanecer aquí.

—¿Por qué?

—Por los niños.

—Ellos tienen a Harry.

—Es un anciano.

—Me acaba de decir que los cuidará cuando queramos.

—No para que viajes por todo el mundo —protestó Matt volviendo a meter las medias en el cajón.

Lesley las tomó y metió de nuevo en la maleta.

—Voy a acompañar a mi esposo.

—No —Matt cerró los ojos y apretó los puños.

—¿No me quieres junto a ti? —se plantó firmemente frente a él, con la barbilla en alto.

—No es eso.

—¿Entonces qué?

—Lo que digo… —parecía incapaz de articular palabra—. Se pasó los dedos por el cabello—. No lo entiendes.

—Explícamelo.

—No puedo —Lesley lo vio apretar la mandíbula, y abrir y cerrar los puños.

—No tardaré mucho tiempo, regresaré de inmediato. No es gran cosa.

—Es bastante para mí —dijo Lesley con firmeza. Lo tomó de la mano, acariciándolo, tratando desesperadamente de entenderlo—. Escúchame. Hemos compartido muchas cosas juntos, Matt. Pero hemos pasado más cosas separados. Si vamos a comenzar de nuevo, tengo que ser parte de tu vida. Igual que tú estuviste allí cuando yo te necesité este fin de semana, necesito saber qué te sucede, ¿no lo comprendes? No puedes protegerme todo el tiempo. No quiero que lo hagas.

La miró angustiado. Lo abrazó con fuerza, por un momento pudo sentir que se resistía, y luego la resistencia desapareció. Él también la abrazó y besó durante largo tiempo, con una desesperación que Lesley no entendía.

—Está bien —le dijo suspirando—. Saldremos mañana temprano.

Lesley le sonrió al cielo, agradeciendo a Dios los favores grandes y pequeños.

pero sobre todo el hecho de que Matt de verdad hubiera cambiado. Ahora iba a llevarla con él. Sin embargo, cuando despertó a la mañana siguiente, él se había ido.